El régimen feudal y la caridad
La monarquía feudal era un régimen que se fundamentaba en la relación vasallo-señor. Y esto es algo muy muy rico: muchas enseñanzas se pueden sacar, debido a que el régimen feudal tiene una columna vertebral cristiana... ¡Y qué menos! Es el régimen que tiene como sumo legislador y como "Constitución" (Entre muchas comillas) a la ley natural y a la ley de Dios.
En el régimen feudal se hallan tantas virtudes, que todas darían para un solo articulo cada una, sin embargo, aprovechando mi limitado conocimiento sobre estas virtudes, me propondré a sintetizar algunas que veo de forma clara en el régimen feudal.
EL SERVICIO AL PRÓJIMO
Esta es, creo, la virtud presente en el feudalismo que nadie puede negar. El servicio al prójimo, el servir. Porque el vasallo ha de servir a su señor, y el señor ha de servir a su vasallo como compensación por su servicio.
El vasallo debe trabajar la tierra de su señor y proteger a su señor según sus posibilidades, mientras que el señor debe proteger a su vasallo y asegurar su subsistencia, trabajar desde su puesto de poder para hacer mantener la seguridad y hacer subsistir a su vasallo.
Y aquí podemos ver reflejada la relación del buen cristiano con Dios, su Señor. Porque el vasallo del Señor debe trabajar la tierra del Señor, la viña del Señor —como diría Benedicto XVI—, y cumplir y hacer cumplir las justas leyes del Señor, por amor a su Señor, por querer servir a su Señor; y el Señor Dios por su amor a sus vasallos, los protege de todo mal y de toda tentación, dando su gracia a sus vasallos, y dándoles subsistencia de forma providencial tanto espiritual como corporal.
Sin embargo, aquí también podemos ver reflejadas dos situaciones: el buen cristiano ante la autoridad civil y el buen cristiano ante el prójimo en general; porque en la primera, el buen cristiano ha de sujetarse a la autoridad civil por ser representantes de Dios, es decir, que su autoridad procede del Señor, como dirá el Príncipe de los Apóstoles: “Subjecti igitur estote omni humanæ creaturæ propter Deum: sive regi quasi præcellenti: sive ducibus tamquam ab eo missis ad vindictam malefactorum, laudem vero bonorum: quia sic est voluntas Dei, ut benefacientes obmutescere faciatis imprudentium hominum ignorantiam: quasi liberi, et non quasi velamen habentes malitiæ libertatem, sed sicut servi Dei. Omnes honorate: fraternitatem diligite: Deum timete: regem honorificate. Servi, subditi estote in omni timore dominis, non tantum bonis et modestis, sed etiam dyscolis. Hæc est enim gratia, si propter Dei conscientiam sustinet quis tristitias, patiens injuste”, esto es, “Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana: sea al rey, como soberano, sea a los gobernantes, como enviados por él para castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien. Pues esta es la voluntad de Dios: que obrando el bien, cerréis la boca a los ignorantes insensatos. Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios. Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey. Criados, sed sumisos, con todo respeto, a vuestros dueños, no sólo a los buenos e indulgentes, sino también a los severos. Porque es meritorio tolerar penas, por consideración a Dios, cuando se sufre injustamente” (1P. 2, 13-19). Esto, sin embargo, no significa obedecer a los gobernantes en todo, incluso en lo que es pecado, sino que debemos de sujetarnos a las autoridades obedeciendolas en lo que no es pecado, en reconocimiento de que su autoridad procede de Dios. Y véase como dice el Príncipe de los Apóstoles que también hemos de sujetarnos a los gobernantes "severos", pues es meritorio ante Dios aguantar con paciencia las injusticias y penurias del prójimo hacia uno mismo, por amor a Dios.
Y mírese el segundo caso que se refleja: el servicio al prójimo en general; porque nosotros estamos llamados a ser vasallos de nuestro prójimo, estamos llamados a servir al prójimo por amor a él y en Dios Señor nuestro, pues así hizo Nuestro Señor, que siendo Señor de todo el cosmos, se hizo vasallo, de sus padres, de sus gobernantes, y de sus amigos y prójimos para servirles: “Sed qui major est in vobis, fiat sicut minor : et qui præcessor est, sicut ministrator. Nam quis major est, qui recumbit, an qui ministrat? nonne qui recumbit? Ego autem in medio vestrum sum, sicut qui ministrat”, esto es, “Que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc. 22, 26-27); y en otro lugar dice: “Et descendit cum eis, et venit Nazareth: et erat subditus illis”, es decir, “Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos [a sus padres]” (Lc. 2, 51). Por lo tanto, de aquí se sigue que hemos de ser vasallos de nuestro prójimo por amor a él, y con más razón los gobernantes: ser vasallos de sus vasallos, siervos de los siervos; o como dice ese bello título papal: siervo de los siervos de Dios.
EL TRABAJO COMO SANTIFICACIÓN
En el régimen feudal, el vasallo trabajaba las tierras de su señor, mientras que el señor velaba por sus vasallos, sus hijos.
Aunque es cierto que en la era feudal, en las ciudades no sólo existían los campesinos, sino también los artesanos y los gremios, centrémonos en la vida de un feudo, la vida rural incluso.
El campesino trabaja las tierras de cultivo de su señor, para así ser alimentado, y así alimentar a su señor. Quien le haya dado a la azada alguna vez, sabrá que debido al sol se suda mucho, y pueden llegar a generarse en los músculos más débiles agujetas. En mi opinión, el darle a la azada es entretenido, pero imaginad darle horas seguidas con breves descansos. Puede llegar a ser algo pesado, y es más, lo es. Y los buenos cristianos saben que, donde hay molestia, o aún peor, sufrimientos, hay una mina de oro para la santificación propia. Porque si Nuestro Señor redimió al mundo entero derramando toda su sangre mientras estaba colgado de un madero —y así nos justificó—, ¡¿cómo osaremos rechazar las pequeñas cruces que hallamos por esta nuestra peregrinación?!, porque por los ojos carnales, la Cruz es locura y contradicción, pero con los ojos de Dios, la Cruz es salvación, santificación, virtud. Abrazar los dolores y molestias que hemos de pasar con mucha humildad, con mucha fe, con mucha caridad y entrega, pensando en ese Señor crucificado que tanto amamos, y que tanto nos amó. Pues si las almas débiles de nuestro tiempo supieran que plantando unas simples patatas, con todas las molestias que conlleva, se está haciendo una bella y fructífera oración a Dios, en verdad todas ellas irían a plantar esas patatas. Porque abrazar las molestias y sufrimientos, y ofrecérselos a Dios, es una oración que se hace con el cuerpo. Porque en verdad aquellos devotos granjeros medievales, al plantar unas alcachofas, Dios hacía brotar la caridad en ellos, porque el que sufre por Dios, ama a Dios; y el que sufre por el prójimo, ama al prójimo.
Y en nuestro tiempo mayoritariamente urbano, todo esto se puede hacer, por ejemplo, sirviendo en nuestra casa. Fregar los platos, pasar la aspiradora, ordenar tu habitación, limpiar la casa, hacer la comida o la cena, estudiar... Todas estas cosas son oportunidades de santificación en la vida cotidiana, porque el santo no es el que hace las cosas grandes, sino el que hace las cosas pequeñas con muchísima perfección. Solo desde las cosas pequeñas hechas con perfección, se puede ascender a hacer las cosas grandes con perfección.
LA FIDELIDAD A DIOS
Debemos permanecer fieles al Señor. Porque como el vasallo juraba ser fiel en todo a su señor, y el señor juraba ser fiel con su vasallo, así también hemos de ser nosotros con Dios. Pues Dios es como el Señor feudal: es fiel a sus vasallos, a sus hijos, en todo: corrige a sus vasallos, vela por sus vasallos, lucha por sus vasallos.
Y nosotros, hemos de ser pues fieles a Dios, nuestro Señor: luchar por Él, trabajar su Viña, la Iglesia Católica y Apostólica y hacer cumplir y cumplir sus leyes y decretos, como buenos vasallos del Dios Altísimo.
Permanezcamos fieles al Señor, nuestro Dios, en la fe, esperanza y caridad.
Pax et bonum +
Matthaeus, ancillus Domini.
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